Entonces, una tarde,
entiendo: el daño que mi padre nos hizo
se está retirando. Nunca pensé
que fuera posible, pensé que su daño era más fuerte,
como el daño de Dios ─ una inundación, o nacer sin
ojos, con tejido acumulado, sin retina, sin
pupila, de la misma manera en que mi padre en el sofá no
parecía estar usando los ojos
sino no tenerlos, o tener objetos
por ojos ─ prendedores del vestido de Yocasta.
Pero no lo habían odiado, así que no nos odió,
simplemente nos despreció, y eso se está desgastando.
Mi hijo y mi hija están grandes, están bien
como por milagro. La tarde tiene
la cualidad de un milagro, los estorninos todos mirando
al oeste, a su tumba. Me acerco a la ventana
como para abrirla, y susurro,
el daño de mi padre está apagándose. Entonces,
creo que le alegraría escucharlo
directamente de mí,
así que vengo adonde estás, los huesos
asentados debajo de la húmeda maraña
de musgo de Norwood ennegrecido como la madeja
de cabello enredado de un ser querido. Vengo adonde estás, aquí
porque es mi hogar: tu cuerpo acabado
deshecho y devuelto a la tierra, sosteniendo
su solemne belleza inútil.